Se acabó el camino del Barça en la Champions League. De la peor forma. Sin juego, sin recursos, sin fuerza, sin orgullo. El Atlético de Madrid
fue un rival muy superior. Tras cuatro empates ante ambos esta
temporada, la victoria de los rojiblancos (1-0) les sitúa en las
semifinales de la máxima competición europea de clubes por primera vez
en 40 años. Día grande en el Vicente Calderón, con el público entregado,
celebrando un día histórico.
Hubo emoción. Mucha. Aunque no fue porque el partido estuviera igualado. La superioridad del equipo de Simeone fue tal que se permitieron el lujo de enviar tres balones a los palos en unos primeros 20 minutos extraordinarios donde se comieron al once del Tata Martino. El Barcelona quedó desarbolado de tal manera que por momentos hizo un ridículo espantoso. Y aún así se mantuvo con vida hasta el último segundo, en un largo vía crucis, su penitencia particular por el purgatorio.
Al Atlético no le hizo falta ni contar con Diego Costa, su máxima estrella, baja por lesión, para destrozar a la defensa rival. Bartra y Jordi Alba fueron los mejores de una línea que hizo aguas en muchos momentos. La espalda de Mascherano fue un coladero. También la de Alves, aunque esto ya está más que asumido.
Simeone planeó una emboscada. Su equipo jugó resguardado en los primeros instantes, dando la sensación que prefería mantener el resultado de la ida. Cuando el Barça se confió, el Atlético salió de su campo y golpeó, golpeó y golpeó hasta tumbar al gigante azulgrana. Mordían los locales, perdían el control los visitantes y llegaba el gol de Koke, después de un balón al palo de Adrián y sin que la zaga del Barcelona acertara a despejar el peligro. Luego vino la catástrofe.
Dos balones de David Villa al palo y el Barça jugando con fuego, sin nadie capaz de dar la cara y hacerse con las riendas del choque. Messi no apareció entonces ni durante todo el choque. Únicamente tuvo una ocasión clara y nunca encontró el lugar adecuado para hacer daño el argentino. Tampoco tuvieron su noche Iniesta y Cesc. Ambos acabaron sustituidos en el segundo tiempo y la esencia del juego azulgrana ya se diluyó por completo. Neymar, curtido en los aguerridos duelos de la Copa Libertadores, se erigió entre las sombras de sus compañeros. Pero no bastaba.
Los azulgrana trataban de moverse, de intercambiar posiciones, de generar dudas al Atlético. Pero no tenían fuelle, ni intensidad, ni alma. No fue hasta después del descanso cuando se reencontró mínimamente. Por entonces, el mediocampo del Barça había perdido muchos balones, ahogado por el orden táctico, el equilibrio y los movimientos corales del conjunto rojiblanco. El trabajo de Simeone trascendía la pizarra y se notaba en el campo, donde se deciden los partidos.
Un gran pase de Xavi a Neymar, ya en el segundo tiempo, propició una buena ocasión para igualar el marcador. Apareció entonces Courtois para robarle la pelota de los pies a brasileño y desviar en última instancia un remate de Xavi a un palmo de la línea de gol. El Barça se fue desnaturalizando, víctima de la presión. Ante la ausencia de un plan B, acabó colgando balones al área mientras Pinto mantenía al equipo vivo con intervenciones de mucho mérito ante Gabi y Cebolla Rodríguez.
Perdidos sin rumbo, los jugadores del Tata Martino se desnaturalizaron, atacaron de cualquier manera, sin orden ni intención. La única fórmula era llegar lo más rápido posible al área local y que Messi resolviera lo imposible. Aunque el argentino no estaba para muchas fiestas y su equipo tampoco. La celebración histórica era de del Atlético, aclamado por su público.
Hubo emoción. Mucha. Aunque no fue porque el partido estuviera igualado. La superioridad del equipo de Simeone fue tal que se permitieron el lujo de enviar tres balones a los palos en unos primeros 20 minutos extraordinarios donde se comieron al once del Tata Martino. El Barcelona quedó desarbolado de tal manera que por momentos hizo un ridículo espantoso. Y aún así se mantuvo con vida hasta el último segundo, en un largo vía crucis, su penitencia particular por el purgatorio.
Al Atlético no le hizo falta ni contar con Diego Costa, su máxima estrella, baja por lesión, para destrozar a la defensa rival. Bartra y Jordi Alba fueron los mejores de una línea que hizo aguas en muchos momentos. La espalda de Mascherano fue un coladero. También la de Alves, aunque esto ya está más que asumido.
Simeone planeó una emboscada. Su equipo jugó resguardado en los primeros instantes, dando la sensación que prefería mantener el resultado de la ida. Cuando el Barça se confió, el Atlético salió de su campo y golpeó, golpeó y golpeó hasta tumbar al gigante azulgrana. Mordían los locales, perdían el control los visitantes y llegaba el gol de Koke, después de un balón al palo de Adrián y sin que la zaga del Barcelona acertara a despejar el peligro. Luego vino la catástrofe.
Dos balones de David Villa al palo y el Barça jugando con fuego, sin nadie capaz de dar la cara y hacerse con las riendas del choque. Messi no apareció entonces ni durante todo el choque. Únicamente tuvo una ocasión clara y nunca encontró el lugar adecuado para hacer daño el argentino. Tampoco tuvieron su noche Iniesta y Cesc. Ambos acabaron sustituidos en el segundo tiempo y la esencia del juego azulgrana ya se diluyó por completo. Neymar, curtido en los aguerridos duelos de la Copa Libertadores, se erigió entre las sombras de sus compañeros. Pero no bastaba.
Los azulgrana trataban de moverse, de intercambiar posiciones, de generar dudas al Atlético. Pero no tenían fuelle, ni intensidad, ni alma. No fue hasta después del descanso cuando se reencontró mínimamente. Por entonces, el mediocampo del Barça había perdido muchos balones, ahogado por el orden táctico, el equilibrio y los movimientos corales del conjunto rojiblanco. El trabajo de Simeone trascendía la pizarra y se notaba en el campo, donde se deciden los partidos.
Un gran pase de Xavi a Neymar, ya en el segundo tiempo, propició una buena ocasión para igualar el marcador. Apareció entonces Courtois para robarle la pelota de los pies a brasileño y desviar en última instancia un remate de Xavi a un palmo de la línea de gol. El Barça se fue desnaturalizando, víctima de la presión. Ante la ausencia de un plan B, acabó colgando balones al área mientras Pinto mantenía al equipo vivo con intervenciones de mucho mérito ante Gabi y Cebolla Rodríguez.
Perdidos sin rumbo, los jugadores del Tata Martino se desnaturalizaron, atacaron de cualquier manera, sin orden ni intención. La única fórmula era llegar lo más rápido posible al área local y que Messi resolviera lo imposible. Aunque el argentino no estaba para muchas fiestas y su equipo tampoco. La celebración histórica era de del Atlético, aclamado por su público.
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