
Hasta 14 remates o intentos de remate, por no hablar de las incontables ocasiones en el que el balón rondó con peligro la portería contraria, y el resultado de siempre: mucho ¡uy! y poco gol. Lleva pidiendo desde hace tiempo Pep Guardiola a los suyos que cierren los partidos, pero no hay manera. Hércules, Atlético de Madrid, Sporting y desde ayer Mallorca han conocido una de las debilidades del actual Barça, una preocupante falta de eficacia.
Anoche, tras aprovechar magistralmente Leo Messi a los veinte minutos una no menos fantástica asistencia de tacón de Pedro, el equipo culé convirtió el encuentro en un choque más propio del balonmano que del fútbol, con el balón circulando de un lado a otro, todo el Mallorca basculando tras él y los puntas azulgrana moviéndose por dentro en busca de ese pase o pared interior que hiciera daño. Fueron muchas las pelotas que el Barça convirtió en ocasiones, la mayoría con el sello de Leo Messi, fuera en la ejecución o en la creación. Si no era el argentino el que remataba, era el que ponía un balón de oro -como la bota recién entregada que ofreció a la afición- para que alguno de sus compañeros lo intentara. Parecía cuestión de tiempo que llegara el segundo tanto y con él, muchos más. Era al menos la sensación que se transmitía desde el césped. Pero lo que llegó fue el inesperado gol de Nsue, a la salida de un córner y tras una buena intervención anterior de Valdés. Fue al filo del descanso y ese tanto llevó la ansiedad y cierto desorden en el juego a las filas azulgrana.
Anoche, tras aprovechar magistralmente Leo Messi a los veinte minutos una no menos fantástica asistencia de tacón de Pedro, el equipo culé convirtió el encuentro en un choque más propio del balonmano que del fútbol, con el balón circulando de un lado a otro, todo el Mallorca basculando tras él y los puntas azulgrana moviéndose por dentro en busca de ese pase o pared interior que hiciera daño. Fueron muchas las pelotas que el Barça convirtió en ocasiones, la mayoría con el sello de Leo Messi, fuera en la ejecución o en la creación. Si no era el argentino el que remataba, era el que ponía un balón de oro -como la bota recién entregada que ofreció a la afición- para que alguno de sus compañeros lo intentara. Parecía cuestión de tiempo que llegara el segundo tanto y con él, muchos más. Era al menos la sensación que se transmitía desde el césped. Pero lo que llegó fue el inesperado gol de Nsue, a la salida de un córner y tras una buena intervención anterior de Valdés. Fue al filo del descanso y ese tanto llevó la ansiedad y cierto desorden en el juego a las filas azulgrana.
NO FUE EL DIA DE BOJAN
Debía ser el día de Bojan, pero no lo fue. Con Villa sancionado, los focos apuntaban hacia el de Linyola, quien pese a tener minutos en los 10 partidos oficiales que el Barça ha disputado, todavía no ha encontrado puerta. Mientras la brújula del encuentro señaló en dirección favorable, a Bojan se le perdonó que se le viera perdido y desubicado, pero cuando el número que lleva a la espalda, el'9', comenzó a hacerse necesario, la grada no ocultó su desesperación, la misma que acompañó al ariete durante los 90 minutos. Ni por la izquierda ni cuando Guardiola le ordenó irse al centro, se sintió cómodo. Para colmo, justo en el momento en que Pep se disponía a 'ejecutarle' dando entrada a Nolito estrelló un disparo con poco ángulo en la madera. La lesión de Pedro evitó que se fuera al vestuario y le brindó una nueva oportunidad. Pero ni él ni el Barça al completo supo encaramarse a la épica y dos puntos inesperados volaron del Estadi. Deberían ser los últimos
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